“¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración….(Santiago 5:13)”
El sufrimiento no es solo físico, que puede aliviarse con el uso de un analgésico. Si te golpeas la mano en un lugar determinado y te salen hematomas, después de unos días volverá a la normalidad.
Además del sufrimiento físico, existe otro tipo de sufrimiento, que hace sufrir a las personas.
Constantemente vemos personas con sufrimiento en el alma, causado por un dolor, una tristeza, entre otros factores. Este tipo de sufrimiento confunde nuestra mente, nuestras emociones, hace sufrir a nuestro cuerpo y enferma a nuestro interior. Y lo que podemos ver es que, cuando una persona atraviesa este tipo de sufrimiento, se siente rechazada y, en consecuencia, intenta esconderse de todo y de todos, la vida para él/ella pierde su sentido.
Para entender mejor qué es el dolor, pensemos ahora en un hierro al rojo vivo, cuando se pone en el agua, hierve, burbujea, hace ruido, en ese momento no sabes qué es peor para el hierro: el dolor de quemarse o el dolor del roce en el agua, como si en ese momento hubiera una batalla, el fuego queriendo mantenerse vivo y el agua tratando de darle vida al hierro, es una pelea donde los tres tienen consecuencias, en esta batalla, el hierro es quien menos tiene culpa, porque tal situación le fue impuesta por el simple hecho de ser quien es. Pero, para que ocurriera este enfrentamiento, alguien contribuyó.
¿Y cómo deshacerse de este sentimiento y no dejar que permanezca más tiempo de lo que ya existe? ¿Cómo no permitir que esta tristeza se convierta en depresión?
Tomando el antibiótico adecuado: La Oración.
¿Y si la situación comenzó hoy? Oración también. ¿Por qué? La oración es una conversación que activa el vínculo entre el problema y la solución.
Es decir, cuando comienzas a orar, el Espíritu quebrantado reacciona, gana fuerza, se eleva, busca la cura en su origen, en Dios.
“Entonces El Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.”
(Génesis 2:7)
El Espíritu hace lo que no podemos hacer, si el problema está en el centro, solo la esencia puede combatirlo. Pero para que la oración realmente funcione, debe dirigirse a alguien que comprenda el hecho, que haya estudiado el tema, alguien que haya vivido la situación y se haya salido con la suya, es decir, que vaya al médico adecuado. El que pudo pasar por todo tipo de dolores, en Cuerpo, Alma y Espíritu: Jesús.
“Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Isaías 53:5)
“Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.” (Hebreos 2:18)
Sintió dolores en su cuerpo: “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne..”
(1 Pedro 4:1)
Superó la profunda tristeza: “Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo.”
(S. Mateo 26:38)
Lloro de tristeza: “Jesús lloró.” (S. Juan 11:35)
Fue herido: “Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza.” (S. Mateo 27:30)
Venció la muerte y resucitó: “No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor.”
(S. Mateo 28:6)
Lo soportó todo, para ayudarnos cuando le pidamos: “y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.” (Jeremías 29:13)
Entonces dime, ¿conoces a alguien mejor que pueda ayudarte?
Cuando te direccionas a Jesús contando lo sucedido, Él, sabiendo lo que realmente es el dolor, entra inmediatamente con la providencia, dándote la medicina adecuada de acuerdo con tu estructura y con la densidad de la lesión que el dolor te provocó, repentinamente derrama el bálsamo de sanación en tu Espíritu, que se llena hasta que se desborda en tu alma, que suavemente llena tu ser, satisfaciendo tu cerebro, inundando tu corazón, entonces toda esa ramificación dolorosa que estaba arraigada en ti se desenredará, haciendo que todo tu sistema de vida sea lavado, porque el bálsamo hizo la función del agua, borró tu dolor, devolviéndote la vida.
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